Familia

Familia en Nicaragua

La familia en sentido amplio

Para Aristóteles, la familia, que cuida de las necesidades de la vida cotidiana, comprende también a los esclavos (cfr. Política, 1,2). La Etica del Derecho natural le ha seguido a este respecto en cuanto que ha considerado siempre al servicio doméstico como miembros de la familia Tiene que obrar así, tanto más cuanto que el cristianismo exige el reconocimiento de la plena dignidad de la persona en todos los hombres y, por consiguiente, también en los componentes del servicio doméstico. En consecuencia, el cristianismo funda también la comunidad familiar mucho más en los vínculos morales internos, mientras que la familia anterior al cristianismo estaba más bien en los derechos de dominación del padre con validez legal externa. Este ideal cristiano de la comunidad familiar continúa siendo una exigencia, aun cuando en el último siglo las relaciones entre los empleados de la casa y la familia se han convertido, de hecho, en gran escala, en meras relaciones de contrato de trabajo.

Ciertamente, las relaciones del servicio dentro de la familia tienen su fundamento en un libre contrato, pero el contrato de servicio de este tipo comprende mucho más que las contraprestaciones de dinero y trabajo perfectamente mensurables, según se desprende de toda su naturaleza. Las relaciones entre la familia y sus criados son, por ambas partes, relaciones de confianza. La familia necesita, para el cumplimiento de diversas funciones, de una ayuda que no puede describirse exactamente como la de un obrero de una fábrica, sino que tan sólo puede surgir de la participación afectuosa del criado en el bien de la familia.

También en interés del propio criado doméstico, el contrato de servicio comprende por su naturaleza, mucho más que el simple pago de servicios en dinero: la familia es responsable del bien corporal y espiritual de los criados de la casa. Pues, dado que éstos permanecen largo tiempo al servicio de la familia y han unido su vida a los sufrimientos y alegrías de la comunidad familiar en crecimiento, vienen a convertirse en una parte de la comunidad familiar. Por consiguiente, en el seno de la familia se ha de atender a todas las necesidades esenciales del servicio doméstico, incluidas también las necesidades de atención, cariño, distracción, instrucción, seguridad en las enfermedades y en la vejez, y, por supuesto, también las de una vivienda digna, la de un tiempo libre suficiente y todo lo demás que se refiere al bien exterior.

En la sociedad liberal, la medida del dinero es también casi exclusivamente la determinante para la relación entre el servicio doméstico y la familia, como lo es para todas las otras relaciones que incluyen una prestación y una contraprestación. Los señores esperan determinadas prestaciones, y los «criados domésticos» reciben su recompensa mediante una determinada suma de dinero. Para estos criados, en especial las mujeres, y, por cierto, más especialmente, las más delicadas de entre ellas, esto significa una carga incalculablemente pesada de desaliento, de menosprecio, soledad, abandono, de empequeñecimiento psíquico y espiritual que, por lo general, se ha sufrido en silencio, pero que constituye una de las culpas de la sociedad liberal que claman al cielo.

En estas circunstancias, para la mayor parte de los que prestaban sus servicios significó un notable progreso la inclusión del contrato de servicio en la legislación de protección al trabajador y su tratamiento como un contrato de trabajo. En realidad, el Estado tenía que atender a sus derechos. Las organizaciones caritativas y de ayuda mutua (asociaciones de muchachas de servicio) procuraban por lo demás el compensar lo que se les negaba en la vida comunitaria de las familias. La consecuencia de la disolución individualista de esta parte de la comunidad doméstica ha sido el que hoy en día, en los países industriales, las chicas van con más gusto a las fábricas, donde gozan de más tiempo libre y de mejor protección social, que entrar en el servicio doméstico.

Los inconvenientes están en la desaparición de los vínculos de comunidad, que son necesarios para la gente joven, y, al mismo tiempo, la desaparición de la educación para la familia, que en ningún otro sitio podría recibir mejor la chica joven que en el seno de la familia dedicada a las tareas de la casa. Los sistemas socialistas consideran tan sólo muy excepcionalmente la situación de los criados domésticos; por lo que la ayuda se desplaza fuera de la familia en jardines de la infancia y escuelas, donde los niños pueden, por lo demás, recibir una influencia (véase, en esta enciclopedia jurídica, el término SERVICIO DOMÉSTICO).


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